Pequeña muerte por fin

Se apagan las luces y se cierra el telón. Se ha terminado este circo. La esperanza y las dudas se van de la mano vestidas de payaso.

Ya no camino por la otra acera por si te encuentro sentado en el banco de siempre. Ni miro a todos lados al salir del trabajo, a ver si me esperas en algún rincón sin lluvia. No ha parado de llover desde diciembre.

Estoy segura de que el cielo es mucho más gris en esta ciudad. Y en el suelo las grietas de los adoquines se han ido convirtiendo en abismos insalvables. El reencuentro no es posible ¿Puede alguien saltar todo este espacio sin caerse al vacío?

Prefiero observarme por dentro. Intento cuidarme. Examino mis vísceras que cada vez están más secas. Las manipulo con cuidado hasta acomodarlas en el hueco que les corresponde. Últimamente les ha dado por moverse y apretarse para sentirse más seguras. Tienen miedo de no aguantar otro envite. Les hablo despacio y las mimo. Son del color de las cerezas que se arrancan pronto del árbol, de ese rojo tenue que se queda en los labios cuando el carmín va perdiendo su brillo, después de besar. Hace un tiempo decidí dejarme un fueguito dentro del pecho. Cada día dedico unos minutos a custodiar la llama.

Floto en la inmensa claridad de las tardes, detrás de la madera y del papel, de la tinta y las palabras, de las canciones y los llantos de los niños felices. Todavía hay veces que pienso en abrazarte en los silencios que me atormentan cuando se vuelven largas las noches. Porque sé que detrás de la angustia me espera toda esa gente sin cara, los aviones que caen en picado, las crías de golondrina muertas entre el barro de sus nidos y la sangre que he derramado queriendo sacarme el corazón.

¿Cuándo va a llegar la primavera para esa sangre? ¿Cuándo se cerrarán de nuevo las heridas que nos hemos vuelto a abrir? Me dan igual estas muñecas horadadas de estigmas y el hierro de la lanza de Longinos en mi costado. No hay peor calvario que la nostalgia cuando aún no se ha dejado de querer.

El frío sigue rasgándome las venas cada vez que salgo de casa para empezar a vivir. Se va poniendo peor la cosa conforme avanzan las horas. En el crepúsculo empieza a lloverme por dentro y me suelo olvidar adrede el paraguas.Hay días que prefiero sentir cómo se calan los huesos. Y cuando no puedo más, cuando estoy empapada y se me apaga el fueguito del pecho, me pierdo en el humo de un cigarro o entre unas sábanas tan blancas que me queman los recuerdos. Y te dedico los placeres de esa oscuridad sin nombre. Pequeña muerte por fin.

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