Imagina un mundo sin nosotros.
Un mundo sin pasado ni presente.
Sólo silencio.
En el que avancemos apoyando las manos en paredes blancas,
con la cabeza en las nubes y los pies en el suelo.
Te recuerdo en las mareas,
en las olas que embisten el malecón,
en los paseos nocturnos de imperfecta quietud.
En las plumas de las aves que se alejan cantando al abismo.
Había otoño en tu mirada,
escaleras ascendentes,
cielo desnudo,
besos en el porche,
muerte escandalosa,
alma sin voz,
buzones vacíos,
heridas cerradas con sal,
corazones enterrados en la arena.
Pero no supe odiar tu forma fugaz de vivir,
el tiempo y sus costumbres,
los límites del espacio,
nuestras sombras caminando,
la historia de tus ojos,
tu boca piadosa que gritaba creando el aire para que los pájaros pudieran volar.
Me quedé abrazando tu espalda.
Qué cruz más ligera.
Desconocida felicidad transitoria.
(Imagen: Sara Herranz)