Vuela conmigo.
Hazme olvidar cuando bailaba en la ribera del Iliso.
Enfurecido.
Limpia las montañas de mis sacrificios.
Arrasa la totalidad,
la omnipotencia y lo eterno,
la ausencia de pecados e infiernos,
las caricias de luces en blanco y negro
que provocan gemidos y te tapan la boca.
Hazme etérea en las mañanas y en las noches de lluvia,
con las manos frías que aprietan el corazón
y después se agarran a tu espalda.
Turba las aguas del Leteo y la sombra gris del ciprés
pero vuelve a posarte en sus ramas cada tarde de abril.
No hay nada más bello que vivir sabiendo el final,
en el efímero latir de una rosa que se abre.